domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo 1-Sammy.

El despertador sonó. Maravilloso. Un nuevo día de mierda comenzaba. El verano todavía se notaba con sólo abrir la ventana. Los peores meses del año se estaban extendiendo demasiado. El aire cálido se colaba en mi habitación, sacudiéndome los cabellos oscuros. La gente se seguiría extrañando al ver mis camisetas de manga larga y mis sudaderas. Estaba acostumbrada, como también lo estaba a poner excusas y disculpas que no convencían a nadie. Lo que pensaban de mí había pasado a un segundo plano hacía mucho tiempo.
Siguiendo una asquerosa rutina, me di una ducha. Apenas les dirigí una mirada de reojo a los cortes y, todavía mojada, me puse la camiseta por encima, cubriéndolos. Me peiné un poco la larga melena y bajé a desayunar. No saludé a nadie. La noche anterior, había vuelto a discutir con mi familia. Me había pasado la noche llorando y dejándome una cicatriz que siempre me recordaría el día anterior, sólo por aliviar el dolor emocional unos minutos.
Tenía el estómago revuelto pero me obligué a beber un vaso de leche, rezándole a un Dios que no creía para que no vomitara delante de un elevado número de personas del instituto: sería lo último que me haría falta. Cogí mi mochila y salí por la puerta, sin olvidar antes el reproductor mp3 y los cascos.
Tampoco dije adiós.
Sólo podía pensar en que me faltaban dos años para cumplir los 18 y, si seguía viva (cosa que a veces veía como un milagro), encontraría la manera de dejar esa casa y no volver a pisarla. Realmente, evitaría cualquier lugar conocido, todos me traían algún mal recuerdo a la memoria.
La música sonaba alta a través de los auriculares. Vic Fuentes me contaba la historia de alguien como yo, que quiere huir del lugar en el que se crió, sabiendo que la consecuencia de esa “liberación” será la soledad.
A veces, me gustaría no estar tan sola. Me gustaría sentirme querida por alguien. Pero, también sé que amar es dolor. Ya guardaba sufrimiento de sobra, no necesita querer a alguien y que ese sentimiento fuera, aparentemente, recíproco, para que, esa persona me traicionara y me dejara destrozada. Ya me destrozaba yo sola, no necesitaba la ayuda de nadie.
Con lástima, llegué a la puerta del instituto. El patio estaba lleno de gente que me odiaba y a la que yo no me molestaba en odiar también, tenía mejores cosas que hacer.  El  odio era el único lazo emocional que me permitía tener hacia los demás.
Eso no significaba que quisiese a algunas personas, pero no en el concepto verdaderamente importante. En otras palabras, se podría traducir como que les tenía cariño a algunas personas.
Una vez, había tenido un perro. Me lo habían regalado cuando todavía era una niña que no sabía lo dura que sería su vida. Era un cachorro peludo, de una raza que no sabría identificar. Yo le daba de comer, lo bajaba de paseo y le daba cariño. El perro, a cambio de estas necesidades básicas, me demostraba una fidelidad sin igual, más que cualquier humano que jamás hubiera conocido. Esta teoría resume mi idea sobre las relaciones con los demás seres vivos: sólo los animales te devuelven el cariño sin traicionarte. Las personas no. Ellas, ignoran tus sentimientos, te pisotean en cuanto tienen la ocasión, sólo  te devuelven odio. Ese odio se va instalando en tu interior y te vuelve  idéntico a los demás.
Salí  de mis pensamientos para entrar en el instituto.  Llegué a mi clase y me senté. A los cinco minutos de comenzar una clase aburrida a la que ni siquiera prestaba atención, todo comenzó a girar a mi alrededor. Me sentía como si me fuera a desmayar en cualquier momento. La atmósfera de ese lugar comenzó a asfixiarme. Estaba convencida de que si no salía de allí moriría.
Recogí mis cosas lo más rápido que pude (a día de hoy, no sé como fue capaz de acordarme de hacerlo), mascullé una disculpa hacia el profesor y abandoné el aula, sintiendo las miradas de mis compañeros clavadas en mi espalda, analizando cada uno de mis movimientos.
El pasillo se movía a cada paso que daba. Iba a caerme allí mismo. Llegué al baño, me metí en uno de los cubículos y cerré la puerta. Apoyé la espalda en la pared y metí la cabeza entre los brazos. ¿Qué me estaba pasando?
Levanté la tapa del retrete y arrojé lo que había ingerido esa mañana (no merecía llamarse desayuno). Jadeé. Inexplicablemente, me sentía un poco mejor, aunque las cosas seguían moviéndose.
Lentamente, el mundo se detuvo a mi alrededor. No sé cuanto tiempo permanecí allí sentada, sin hacer nada.
Una eternidad después, me sentí con fuerzas suficientes para salir a fuera. Me lavé la cara en el agua fría y valoré mis opciones. No podía volver a clase. Tampoco quería volver a casa. Mi mejor opción era marcharme del instituto, dar una vuelta por algún lado y volver a casa cuando fuera la hora de comer.
Recogí mis cosas, me arreglé el pelo y la ropa y salí del lavabo. Crucé el pasillo. La puerta principal estaba abierta. La atravesé y me detuve  un rato a la salida, no sabía que hacer. Aunque no tenía hambre, lo mejor sería ir a tomar algo. No me apetecía que me diera un jamacuco en medio de la calle.
Vi un supermercado y entré. Compré una lata de Coca Cola y una bolsa de patatas fritas. En frente del súper había un pequeño parque en el que me senté. Lo mejor que podía  hacer  era pasar allí la mañana y parte de la tarde. No me apetecía volver a casa, para nada. Me inventaría  alguna excusa, apagaría el móvil y ya afrontaría las consecuencias cuando estas llegasen. En cuanto hube terminado lo que consideré mi desayuno y mi comida, decidí ir a una biblioteca. Lo que más me apetecía era conectarme a Internet y allí podría hacerlo sin ningún problema.
Entré y saludé con un movimiento de cabeza a la amargada bibliotecaria, una mujer cuarentona que me miró como si le debiera mi vida, fui a la zona destinada a los ordenadores. Nada más encenderse, abrí el navegador y accedí a mi cuenta de Blogger.
Empecé a redactar una larga entrada, hablando de mis sentimientos, imaginando como sería mi vida con muchas conjunciones como si e y. Vacié mi alma en esa entrada, como hacía casi a diario.
La leí durante unos segundos, indecisa sobre si publicarla o no. Finalmente, deslicé el ratón hasta el botón que me interesaba, “publicar”.
Me quedé un rato más navegando por la red. No esperaba que nadie leyera la entrada hasta horas más tardes, por eso me sorprendí cuando vi un comentario.
Hola, Samantha. Soy Evan.
Sé que no sabes quien soy yo y yo no sé quién eres tú. No sé nada sobre ti y tú no sabes nada sobre mí, y tal vez sea mejor así.
Me ha gustado bastante tu entrada. Has encontrado las palabras perfectas para definir el sentimiento.
Bueno, sólo quería decir que me ha gustado, pero me he enrollado un poco.
Buena suerte.
Alguien acabará amando todo lo que odias de ti ahora mismo…Eso espero, si es que no estamos totalmente malditos.

Miré con fijeza la pantalla durante cinco largos minutos. Al final, solté una carcajada  ahogada. “No, realmente nadie amará todo lo que yo odio de mí”
¿Amar algo de mí?  ¿De verdad esa persona había leído la entrada? En ella, me limitaba a decir las ganas que tenía de abandonar, de dejarme ir a la deriva, hacia donde me llevara la corriente. Expresaba todo el odio que sentía, en su mayoría, hacia mi persona. Con enfado, cerré la sesión y apagué  el ordenador.
Salí de la biblioteca y deambulé durante el resto de la  mañana. Visité una tienda de discos sin compras nada (no llevaba dinero suficiente para nada) y remoloneé hasta que llegó la hora de volver a casa.

El infierno se volvería a reanudar con más fuerzas. Esa mañana, sólo había sentido los bordes pero estaba a punto de entrar de lleno en su centro. 

1 comentario:

  1. "Con enfado, cerré la sesión y apagué el ordenador." ¿Pero enfadada por qué?

    Sigue estando muy bien narrado, es fácil de leer y eso se agradece mucho. Me gusta como escribes, es poético...aunque el personaje de Sammy quizá es demasiado poético para mi gusto. Muy emocional. Muy triste. Sé que seguramente lo pasa fatal y tiene una vida horrible, pero es que se autocompadece continuamente y eso me resulta un poco cansino...
    pero tu escritura es muy buena, eso sin duda :))

    ¡Un beso!

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