Para cuando me devolvieron mi portátil, tenía una gran cantidad de textos
que subir a mi blog.
Me pasé una hora entera leyendo a un tal Maximus Evanis. Le dejé varios
comentarios y subí los textos que consideré más aceptables.
Entonces, vi un correo electrónico que no había visto hasta aquel
momento. Lo miré. Era de un tal Michael. Me comentaba ciertas cosas sobre mi
blog y me pedía mi Facebook para hablar más tranquilamente. Dudé antes de
dárselo pero finalmente, me decidí. Sólo era otro chico como yo, perdido, que
necesitaba compañía. Con un suspiro, me conecté a Facebook y lo agregué.
Estaba conectado y no tardó demasiado en hablarme. Lo típico, que había
leído mi blog, que le gustaba mi manera de explicarme…
Era agradable, demasiado, incluso. Yo era la típica chica borde, que te
contesta mal, así que tanta amabilidad me provocaba nauseas. Aún así, seguí
hablando con él hasta que pareció relajarse y mantuvimos una conversación más
informal.
Aproveché para cotillear su perfil. Era rubio, de pelo liso y ojos
azules: el típico chico americano. No era feo pero tampoco era nada del otro
mundo.
Ante su insistencia estuvimos hablamos alrededor de una hora sobre
nuestros gustos literarios y musicales. No tardé demasiado en pensar que era un
poco pesado pero parecía majo, por lo que decidí darle una oportunidad.
No tardó demasiado en llegar al tema que más me interesaba ignorar.
Michael: Quiero preguntarte una cosa, si no te parece mal.
Yo: Depende de lo que preguntes, obviamente.
Michael: Todas las cosas que escribes en tu blog… ¿te han pasado
realmente?
Debió de notar que tardaba en contestar porque siguió hablando.
Michael: No quiero meterme en tu vida ni nada. Es sólo que… Sentía
curiosidad.
Yo: ¿Sobre qué tienes curiosidad? ¿Me estás preguntando si me hago daño a mí misma, si me autolesiono?
Michael: Sí, eso te estoy preguntando.
Me sorprendió la franqueza con la que me respondió. Sí, me caía bien ese
chico. No había fingido otra cosa, había ido al grano. Aún así, no sabía qué
contestarle.
Yo: ¿Crees que mentiría sobre algo así?
Michael: Hmmm… No lo sé. Como tú misma dices, no te conocemos.
“Bien jugado, Michael”. Me gustaba el palo del que iba ese chaval.
Yo: Hay ciertas cosas sobre las que, incluso yo, no mentiría.
Michael: ¿Eso es un sí?
Yo: Sí.
Tardó unos cuántos minutos en responder. Me sorprendí. Lo acababa de
admitir. Ante un desconocido. Se lo había dicho a una persona real, de carne y
hueso (aunque fuera a través de una pantalla). No me lo podía creer. Llevaba
demasiado tiempo ocultándolo. Ahora, ya no tenía amigas pero las había tenido y
jamás se me había ocurrido decirles nada, era impensable. Y de repente, llegaba
este chico del que no sabía nada y conseguía que se lo dijera abiertamente.
Michael: Debes parar.
Yo: No lo entiendes.
Michael: ¿Cómo sabes eso?
Me había vuelto a cerrar la boca. Sonreí.
Yo: ¿Te puedo hacer una pregunta?
Michael: Por supuesto, es lo que te debo.
Yo: ¿Te autolesionas?
Michael: No.
Yo: No iba tan desencaminada.
Michael: Te lo decía en serio.
Yo: Lo sé.
Michael: Las cicatrices no son bonitas.
Yo: <<Se ríe de las cicatrices quien nunca ha sentido una
herida>>
Michael: Vuelves a hablar sin saber.
Yo: Tienes razón. Pero si hubiera sentido estas heridas, no hablarías de
esa forma.
Michael: Era una broma.
Yo: Una broma sin gracia y de mal gusto.
Michael: Lo siento.
Yo: En verdad, ha sido tan superficial que hasta me ha hecho gracia.
Y, conversaciones como esa, ocuparon mi tarde y buena parte de mi noche.
Me gustaba hablar con Michael. Sabía mantener una conversación interesante y,
también, sabía hacerme pensar buenas respuestas.
Siempre me había gustado la gente como Michael. Parecía de ese tipo de
personas con la que establecías una conexión rápidamente, les contabas cosas de
tu vida que nunca te habías atrevido a admitir más que en tu cabeza pero nunca
perdías un tono jocoso.
Y, con una buena sensación en mi interior, me fui a dormir aquella noche.