domingo, 23 de febrero de 2014

Capítulo 9 - Evan.

Lunes.
Era un asqueroso y horrendo lunes. Como todos.
Había dormido durante todo el domingo y la resaca había desaparecido, pero eso no evitaba que lo odiase.
Me levanté de la cama y me preparé lentamente para ir al instituto. No podía faltar más días.
Cuando estuve listo, salí de casa dando un portazo, como única despedida que dediqué a Brad.

Estar en clase era insoportable. Estuve de mal humor toda la mañana y los ojos se me cerraban. No quería seguir escuchando a los profesores. Ni a mis compañeros de clase hablar sobre lo maravilloso que había sido su fin de semana. Harto, fingí que tomaba apuntes, mientras hacía líneas y dibujos de lo que me viniese a la mente.

Por fin, el timbre sonó. Me fui a casa en cuanto salí de allí. Llegué, comí, leí un libro, escuché música, e incluso hice deberes, pero faltaba algo. Estaba aburrido. Totalmente aburrido, sin saber que hacer.
No aguantaba más en mi casa, en mi prisión. Esas cuatro paredes y un tejado se me antojaban claustrofóbicas. Y en mi cabeza surgió una imagen de un precioso pájaro, con la libertad de poder volar a donde sea, sin presiones. Sin límites más que aquellos que la fuerza de sus alas le marcaban. Me imaginé, como muchos esos pájaros mueren asfixiados con la horrible sensación que sienten cuando les metemos en una jaula. Su propia desesperación. Su propia suerte. Su propia celda. Su propia agonía. Su propia tumba. 
Y después huesos. Y después polvo. Y después, nada.
Claustrofobia.

Y un portazo.
Salí de mi casa, y pude respirar por fin. A veces me preguntaba por qué era tan raro. Por qué sentía esas cosas que me asfixiaban. Caminé sin rumbo durante un buen rato. Pasé por delante de una tienda de ropa para bebés, que debía ser nueva. Luego, pasé por un parque, donde varios niños estaban dándose pases con unos balones llenos de barro, y donde las niñas se columpiaban y jugaban con sus muñecas. Seguí caminando. Encontré un solitario y viejo banco de madera, que miraba hacia un pequeño puente de piedra, que comunicaba las dos partes del jardín en donde se hallaba.
Un pájaro llegó volando, y se posó sobre la piedra del puente. Entonces mi reflexión sobre los pájaros volvió a abrirse paso en mi cabeza.
¿Por qué estaríamos dispuestos a marcar la vida de un pobre pájaro con tal de que sea nuestro? ¿Por qué buscamos tan desesperadamente la posesión de las cosas? ¿ Por qué sembramos, cosechamos y recolectamos todo ese egoísmo guardado en nuestro interior? ¿ De verdad somos los humanos los seres vivos más "inteligentes"? ¿Acaso no estaríamos dispuestos a encerrar a las personas a las que amamos, con tal de que sean nuestras; de imponer en su vida aquello que se considera correcto? ¿Acaso alguien pregunta sobre su opinión?
Somos depredadores y presas, tal y como cualquier otro animal. Pero la sangre fría corre por nuestras venas. ¿Qué es lo que estamos haciendo? Mandaríamos bajo tierra a cualquier persona si eso nos beneficia. Solo hay dos opciones: enfrentarse, o huir. Y ahí estaba yo, cavilado sobre el comportamiento del mundo.

El pájaro abandonó el puente de piedra, y alzó el vuelo. Y yo decidí hacer lo mismo, y dejar mis comeduras de cabeza que no me llevan a ninguna parte. Aunque si había algo para lo que si tenía tiempo, era para pensar.

Me propuse a volver a casa, pasando otra vez por el parque, por tiendas de ropa, de discos, una peluquería, un supermercado, una zapatería y, al lado, estaba la tienda "The Stange".
Pasé de ella, no me molesté en mirarla si quiera. En ese momento, la puerta se abrió, y un chico cargado de bolsas tropezó contra mi.

    -Perdón, tío. Estas bolsas pesan mucho.- dijo. Entrecerró los ojos y entonces una bombilla se iluminó sobre su cabeza. - ¡Tu  eres el tío del otro día!

    -Evan, si. - me había sorprendido, la verdad.

    -¿Que tal te va, Evan? No lo recuerdo muy bien, pero creo que el otro día te apunté mi número en la mano, soy Pitt. ¿acaso no pensabas llamarme? -rió.

    -Si, claro; pero en cuanto me di cuenta tu número se había borrado y no pude llamarte.-mentí. -Además, no estaba muy seguro de que recordases algo sobre mi.

     -Pues ya ves que si. La verdad, todas estas bolsas son ropa para las sesiones de fotos que hago, ¿Recuerdas?. Decidí venir a echar un vistazo, y ya ves. Gracias a ti he conseguido buen material, tío. Algún día podría hacerte una sesión de fotos si quieres, como agradecimiento.

     -No hay de qué. No suelo sacarme muchas fotos, la verdad. Además, debes de tener mucho trabajo. -dije, esperando que olvidase esa idea de fotografiarme.

     -¡Para nada! Además, tal vez nos vengas bien como modelo para nuestra revista.

     -Oh, no creo...No valdría para hacer de modelo.- ("Modelo" ¿En serio?)

     -Bueno, Evan, ¿que te parece si discutimos eso de camino a mi trabajo, dejamos estas bolsas, y te invito a tomar algo?


Finalmente, acepté. Mientras caminábamos hacia su trabajo estuvimos hablando sobre la otra noche, y sobre como al día siguiente no recordaba nada, pero poco a poco fue recordando datos sobre mi, e incluso el nombre de la tienda. Todos sus amigos y amigas decían que "era un tío legal". Todo esto resultaba irreal. ¿Hasta cuando duraría? Necesitaba recapacitar. Era algo que seguramente me mantendría en vela por la noche. ¿Cuando verían en mi todo lo que desprecian los demás al rechazarme? Pero, ¿acaso importaba?
Decidí acompañar a Pitt a tomar algo.

     -Bueno, Evan, háblame sobre ti. ¿Te tiras a alguien? -preguntó Pitt con toda la naturalidad del mundo.

     - La verdad es que no... pero tú estabas con una chica, ¿no?

    -Evelyn, sí. También es una tía legal, está muy buena. Algún día podría presentartela, si te pasas por el trabajo, pero no me la robes, ¿eh, cabrón? -rió.

    - Intentaré no hacerlo. -dije yo, y entonces nos empezamos a reír los dos, porque sabíamos que yo no era de ese tipo de personas. Yo era el "tío legal".

Mantuvimos nuestra conversación hasta que fue hora de irse. Salimos del local, y nos despedimos.

    - Evan, puesto a que tú no vas a llamarme, dame tu número, y así podríamos vernos la próxima vez que salgamos por ahí de fiesta.

    -Como quieras. - dije, encogiéndome de hombros.

Después de que cada uno siguiésemos nuestro camino, no tenía otro sitio al que ir, así que volví otra vez a mi casa, esperando no tener que aguantar otro ataque de ira de Brad.
No quería pensar más en Pitt, ni en el resto de personas que había conocido aquella noche.
Había conocido a otro grupo de chicos con buenas intenciones años antes, pero poco a poco fueron descubriendo que yo era diferente, como habían hecho todas las personas que conozco. Solo era cuestión de tiempo para que volviese a pasar lo mismo, así que era mejor no comerse la cabeza.

Llegué a casa, y Brad no me dirigió la palabra, ni yo a él tampoco. Me preparé  la cena, y subí a mi habitación, pasando de todo.
Maté el tiempo como pude hasta que me quedé sin ideas. Apagué mi reproductor de música, apagué las luces y me acosté en la cama, tapado con mantas. Sin poder evitar lo inevitable.
Mis pensamientos fluyeron hasta que el sueño me pudo, y me quedé dormido.
¿Era yo otro pájaro encerrado en una jaula?

domingo, 16 de febrero de 2014

Capítulo 8- Evan.

Abrí mis ojos.
No tenía ni idea de donde estaba. Parpadeé unas cuantas veces, hasta que mis ojos pudieron enfocar otra vez los objetos.
Verde. Veía verde. Hierba. Hierba suave y cómoda, sobre la que estaba tumbado. Más allá de ese verde podía ver una carretera, por la que de vez en cuando transitaban algunos coches.
¿Había dormido aquí tirado en pleno invierno? ¿Como era que no había muerto de congelación?
Noté una capa de calor sobre mi. Algo debió de resguardarme del frío de la noche.
Intenté agarrarlo con mis torpes dedos para poder ver lo que era.
Una gordita manta granate.
Granate.
Igual que la manta que siempre dejábamos en la mecedora del porche. 
Esa era mi manta.

Mi cabeza pesaba una tonelada, pero ,con esfuerzo, conseguí girar para ver lo que antes estaba a mis espaldas. Mi casa. Mi porche. Había pasado toda la noche durmiendo en el jardín, demasiado borracho como para poder abrir la puerta.
Puse todo mi esfuerzo y empeño en levantarme para poder entrar en casa, pero cuando llegué a la puerta descubrí el porqué ayer no había podido pasar. No tenía llaves.

Busqué frenéticamente por todo el jardín. Iba a darme por vencido cuando el reflejo de algo metálico entre la hierba captó mi atención. Las llaves. Por fin. Las cogí y entré tan rápido como pude en casa.
Cuando estuve dentro, Brad no apareció por ninguna parte para echarme la bronca, así que supuse que, como había sido sábado, él habría salido también. Seguramente para follarse a una mujer, cansado de tener que reprimirse siempre.
Intenté no pensar mucho en eso.
Sabía que a Brad le daba igual follarse a otras mujeres, pero por alguna razón, ese pensamiento me molestaba bastante, y siempre intentaba mantenerlo alejado de mi.
Tenía motivos más que suficientes para odiarle, y ese no hacía más que empeorar mi estado de humor.

Mi cabeza iba a explotar y el olor a alcohol me revolvía el estómago, así que subí las escaleras hasta mi baño.
Vomité unas cuantas veces, arrodillado sobre el retrete, y cuando me sentí un poco más aliviado, empecé a desvestirme.
Entré a la ducha y dejé que el agua cayese directamente sobre mi cabeza. Empapándome,  y sintiéndome un poco mejor. Me apetecía darme un baño. Puse el tapón de la bañera y, cuando se llenó, me senté, dispuesto a relajarme.

-Mierda.

Mis calzoncillos y mis calcetines se habían empapado. No recordé que los tenía puestos. 
Me los quité. Me coloqué en la postura en la que más cómodo estuve y permanecí así hasta que unos feos y desproporcionados números, escritos en mi mano, llamaron mi atención.
Parecía un número de teléfono... ¿Que era eso?
Me paré a pensarlo durante varios minutos hasta que un nombre pasó fugazmente por mi cabeza. Pitt.
Ese número debía de ser el que escribió Pitt en mi mano ayer.
¿Acaso iba a llamarle? ¿Que iba a decirle? "Hola Pitt, soy Evan. Ese chico raro que tenía una 'camiseta flipante' y del que seguro no te acuerdas, porque estabas demasiado borracho."
No.
No.
No le llamaría.

Salí de la bañera y me puse mi pijama, más una gorda sudadera encima. Tal vez fuese por dormir fuera, pero estaba destemplado, y los dientes me castañeaban.

Estuve vomitando y bebiendo agua durante toda la mañana, hasta que, un par de horas después del mediodía, llegó Brad.
En cuanto escuché el portazo, subí a mi habitación.
No sabía lo que Brad había hecho, y tampoco me importaba. La cabeza me martilleaba. Cerré la puerta de mi habitación y me tumbé en mi cama, deseando poder dormir un poco. Cerré los ojos, y entonces escuché unos fuertes pasos que subían por las escaleras. La puerta se abrió.

    -Acabo de llegar a mi casa. No piensas saludarme, maldito niñato?

    -Adiós, Brad.

    -Esta es mi casa, y tu vives aquí porque yo te lo permito. Eres un puto crío estúpido. Lo mínimo que puedes hacer por mi es saludarme, asqueroso desagradecido.

    -Creo que deberías tomar medicación para controlar tus ataques de ira. Puto psicópata.

    -Vaya, en serio. ¿Medicación? Tú si que deberías tomar medicación. Alcohol, tabaco, maría, drogas...¿que más te falta? Eres un desagradecido. Das asco. Debería darte vergüenza mostrarte ante mi con esa cara. ¡En mi casa! 
   
     -¡Estoy harto de estar en tu putísima casa! ¡Déjame irme de una puta vez, estaré encantado! 

     -¡A mi no me grites, niñato! Eres un maleducado. Tienes que aprender a mostrar respeto a tus mayores.  Debí meterte en una residencia, todo estaría muchísimo mejor. No te tendría que aguantar en mi casa, en esta misma habitación, que tampoco es tuya, borracho. Apuesto a que con un horrible dolor de cabeza, porque Dios te lo está haciendo pagar. ¿Verdad, niñato? 

      -Estás enfermo. Déjame en paz.

      -Estarías mejor muerto.

Y cerró la puerta. "Muerto, muerto, muerto..." Era su voz, susurrando esas palabras en mi cabeza, una y otra vez. No estaba equivocado, Brad debería tomar pastillas. Estaba loco. Era un jodido demente. "Muerto." ¿Quien era él para nombrar a Dios? Dios no existe. Y Brad tampoco cree en él. ¿Lo habría hecho sin querer, o sabría lo mucho que me afectaría? La ira volvía a correr por mis venas, y temí explotar. Tenía ganas de irme de casa, de "su casa". De gritarle lo mucho que le odiaba. Y tuve ganas de partirle la cabeza.
Me levanté y estuve dando círculos en mi habitación hasta que me calmé un poco. Estaba muerto de cansancio, necesitaba dormir un poco. Ya pensaría más tarde en toda esa mierda.

Me tumbé en la cama. Todo estaba en silencio y aún así, es como si llegasen a mis oídos miles de gritos que no hacían más que retumbar y retumbar.
Empecé a jugar con mis recuerdos para distraerme. Al principio vanos intentos sobre cosas que estaban desvanecidas. ¿Con cuantas personas había estado? Ni idea. Ya me resultaba bastante raro que me hubiesen hablado.
¿Quien era Pitt? Un chico de pelo oscuro. Ojos caramelo. ¿O no? No. Pitt era rubio. El que me escribió su número. Si. Muy majo. El típico chico que les gusta a todas. ¿Quien era el otro chico? ¿Por que recordaba su cara? Había sido muy amable toda la noche. Amable y más serio que Pitt. ¿Como se llamaba? Era algo parecido a Jess... No. Jess es nombre de chica, ¿no? Jeff. El chico se llamaba Jeff.

No recordaba mucho más.
Pitt y Jeff.
Jeff y Pitt.


¿Qué diferencias podría haber entre todos nosotros? ¿Que fallaba en mi? Al fin y al cabo, todos teníamos resaca.

domingo, 9 de febrero de 2014

Capítulo 7- Evan.

Era un día normal. Con mi ropa de siempre.
La gente de siempre.
El instituto de siempre.
La sensación de siempre.

Aún estaba algo deprimido, pero ese día me apetecía salir a tomar algo, a beber, o a fumar. No lo hacía con la frecuencia de antes. Lo había dejado bastante de lado.

Le compré maria a Paul en el callejón de siempre.
Paul hizo un esfuerzo por parecer minimamente interesado en mi diciéndome que "desde hace un tiempo las ventas han bajado muchísmo, tío."

Me fui a un pub de los de siempre, en el que escuché la música basura de siempre.
Estaba sentado en la barra, saboreando mi segunda cerveza, cuando el chico llamado Pitt llegó y se puso a mi lado, pidiéndole al de la barra otra ronda más.

Yo seguí a lo mío, disfrutando del entumecimiento que sentía, con la vista perdida en un cenicero que estaba demasiado lleno de colillas.
Me di cuenta de que Pitt estaba mirando mi camiseta.

-Mola tu camiseta, tío. ¿Donde la has conseguido?

Pitt debía de estar ya algo borracho, porque parecía que necesitaba su tiempo para organizar las palabras.

-En una tienda que se llama The Strange, no muy lejos de aquí.- dije, aunque tampoco quise dar muchas explicaciones porque sabía que al día siguiente no se acordaría de nada.

-Mira, esto, eh...

-Evan.

-Evan! Mira, Evan. Te voy a dar mi número y mañana hablamos sobre ese flipe de camiseta, tío. -dijo, poniendo mucho énfasis en ese "tío".- Además, ahora te invito yo a esta ceveza. Vamos, ven allí con unos colegas.

-Da igual, de todas formas me voy en un rato, no hace falta...

Pero Pitt ya no me escuchaba, y empezó a cantar a gritos la canción que estaba sonando. Me agarró por el brazo y me llevó hasta donde estaban sus amigos, derramando por el camino buena parte de la ronda que había pedido antes para ellos.

Allí pude ver a Pitt mejor. Era el típico rubio con el físico que les encanta a las chicas.

Empezó a presentarme al resto, y según iba diciendo sus nombres, a mi se me iban olvidando; aunque supuse que podría reconocer sus caras si tuviese que volver a verlos otro día (cosa que dudaba mucho).

Todos gritaron y brindaron, causando bastante alboroto.

Pitt empezó a explicarme que hoy habían salido todos, ya que uno de ellos había cortado con su novia (a la que al parecer, nadie soportaba) y decidieron ir a pasarlo bien.
Miré a mi alrededor y vi que algunos ya lo estaban pasando muy bien, metiéndoles la lengua a otras chicas que habían encontrado.

También descubrí, entre otras cosas, que Pitt tenía 19 años, trabajaba como fotógrafo para una revista sobre moda alternativa (vintage, gótica y parecidos). Trabajaba junto con una chica llamada Evelyn que, a parte de ser su amiga, podría decirse que era su lío, aunque no estaban saliendo oficialmente. Llevaban así durante casi un año y, según Pitt, es algo que le cunde mucho porque no hay ningún tipo de ataduras con las que no pueda divertirse. Aun así, dice que tal vez dentro de unos años, cuando quisiese asentar las cosas, Evelyn podría ser su chica perfecta.
Me enteré también de que Pitt vivía él sólo, en un piso. Amaba los perros, y habló bastante del suyo cuando la conversación empezó a deteriorarse y a comenzar a ser una estupidez de borrachos, que siguió durante un largo rato.

En un momento de la noche, en el que ya no tenía una mente muy lúcida para recordar con detalles lo que ocurría a mi alrededor, se unió a nuestra conversación uno de sus amigos, llamado Jeff.

Jeff me pareció genial desde el primer momento. Sabía que seguramente al día siguiente solo recordaría su nombre y el de Pitt.

Jeff era lo contrario que Pitt. Tenía el pelo negro y unos ojos que me parecieron de caramelo. No hablaba tanto como Pitt, sino que era más reservado, pero vi que tenía cosas en común con él y que era muy agradable. No me acuerdo sobre muchos detalles más sobre Jeff, porque mi cabeza ya estaba dando vueltas. El único dato que recordé fue que tenía 18 años y que Pitt y él eran amigos desde, más o menos, los diez.
Pensé que, en otra vida, tal  vez ellos hubiesen querido ser mis amigos. Me encantaría que lo fuesen. Pitt y Jeff. Incluso hubiesen podido ser mis mejores amigos. Hubiese podido pasar. Si yo no fuese yo. ¿Para qué engañarme? Estos chicos no se acordarían de mi al día siguiente. Tal vez, ni yo me acordase de ellos.

Hubo más gente, e incluso varias chicas a las que me presentaron, pero todos tenían la misma cara para mi. Las risas de las personas estallaban en mis oídos. Me desorientaban.
Yo empezaba a entumecerme. A dormirme. En mi cabeza saltó un interruptor y mi mente se apagó. Fue como si cerrase los ojos y no existiese nada más.

 "Tengo que irme a casa" me decía a mi mismo, cada minuto. Ya no sabía ni la hora que era. Intenté irme a casa. Lo intenté. Pero las personas a mi alrededor rogaban que me quedase con ellas. Que no me preocupase. Que disfrutase de la noche. Y yo ya no estaba para pensar más, así que me dejé ir.

Me olvidé de todo. Lo hice. Bueno, realmente, en vez de olvidar, lo que hice fue no recordar.
Solo de vez en cuando aparecía un pensamiento fugaz de la necesidad de irme a casa, pero desaparecía casi tan rápido como el alcohol de nuestras copas.
Lo último que mi desordenada cabeza pudo procesar fue un vago deseo.
"Sería genial tener amigos."

domingo, 2 de febrero de 2014

Capítulo 6 - Sammy.

Esa sensación de bienestar, de que no todo era tan horrible, se mantuvo unos cuántos días. Me gustaba hablar con Michael. Además, mostraba interés por las cosas que yo le contaba y, eso, era algo que no sucedía demasiado a menudo. Podíamos pasarnos horas al día hablando, sobre clases, exámenes, músicas, libros, películas… También debatíamos mucho. Sobre la vida, la muerte, el dolor, el placer, la tristeza, la felicidad… La clase de temas sobre los que alguien de nuestra edad hablaría.
Casi me olvidé por completo de las otras cosas que solía hacer aparte de hablar con Michael. Dejé de escribir en el blog tan a menudo como antes y apenas me conectaba ya. Dejé de leer y comentar en los blogs y sólo una persona se mostró preocupada.
Hola, Samantha. No sé por qué te estoy mandando esto pero me gusta tu blog y no sé cómo estás y sólo espero que estés. Me gustaría que volvieras a escribir aquí. Por favor.
No le contesté porque Michael acababa de hablarme.
Unos diez días después Michael dijo que quería conocerme. Sonreí, pero lo negué. No quería llegar a tanto con él.
Me parecía buen chico y era simpático e interesante pero no quería implicarlo tanto. Tampoco sabía hasta qué punto quería implicarse él. Siempre me había fastidiado no saber qué pensaban los demás. Nunca me creía lo que me decían (si era bueno, claro, no sabía por qué, pero lo malo se me quedaba grabado a fuego).
En aquel momento, Michael dejó el tema pero, dos días después, volvió a pedirme que nos viéramos. Tenía mis recelos pero, tras mucho insistir, acepté a quedar con él aquel mismo viernes en un parque poco transitado de las afueras.
Esa semana fue exageradamente para mí. Estaba nerviosa aunque no sabría determinar por qué.
El viernes pensé en saltarme las clases pero decidí no hacerlo, no quería volver a meterme en problemas.
A última hora tenía Literatura, clase que siempre se alargaba después de que tocara la sirena, por lo que llegué a mi casa con el tiempo justo para comer, cambiarme y volver a salir. Ya había avisado a mis padres de que había quedado aquella tarde, para evitar que me pusieran impedimentos a la hora de salir pero no les había dicho la verdad  sobre con quien iba a quedar. Estaba segura de que me lo prohibirían rotundamente.
Salí de casa un poco desorientada. Aunque sabía donde habíamos quedado ya que había ido varias veces, no era un lugar que acostumbrara frecuentar, por lo que tenía miedo de extraviarme y llegar tarde. Finalmente, llegué sin problemas.
Me senté en un banco y esperé. No me quité los cascos, Michael todavía no había llegado y no sabía cuánto podría tardar. Yo siempre era muy puntual (tal vez demasiado) y estaba acostumbrada a tener que esperar a todo el mundo cuando quedaba con ellos. El tiempo se me pasó muy rápido y cuando me di cuenta ya habían pasado más de veinte minutos desde que habíamos quedado. ¡Maldito Michael, sería impuntual! Me conecté a Facebook pero no estaba.
Los minutos seguían pasando y Michael no aparecía por ningún lado. Me levanté y di una vuelta por el parque, que estaba bastante desierto. Suspiré. Me había dado plantón, seguro que en esos momentos estaba en su casa riéndose de mí y de lo estúpida que era. Aún así, no me fui. Esperé más de dos horas, mirando Facebook intermitentemente.
Finalmente, admití que Michael no iba a venir ni se iba a conectar y, sintiéndome bastante idiota, me marché.
No paraba de pensar en que otra vez se habían burlado de mí. En los últimos meses de mi vida,  me había convertido en una roca humana. Estaba allí pero era como si realmente no lo hiciera. No aportaba nada. Nada me importaba. No dejaba que mis sentimientos salieran a la luz.
Aunque, había una cosa con la que no había contado: las rocas también se rompen.
Algo tan ínfimo como una gota de agua si cae durante mucho tiempo, la rompe. Primero es una brecha, después, una grieta. Por último, te rompes en mil pedazos diferentes.

Y, sin pretenderlo, noté como las cálidas lágrimas resbalaban por mis mejillas. 

Capítulo 6- Evan.

"Un día abres los ojos después de estar dormido lo que parece mucho tiempo.
Después de semanas enteras llorando. Pensamientos amargos, pesadillas sinceras, realidades aterradoras que te hunden cada vez más. Horas y horas despierto, pero sin estar presente realmente. Las palabras rebotan y no llegan a ti. Píldoras, cuchillas, drogas o un trozo de cuerda con el que poder ahorcarte parecen buenas vías de escape en esos momentos. Tu escoges si usar esa salida o no.
Tu vista está nublada y tu alma oscura. Deseas gritar todo lo envenenado que se oculta dentro de ti, pero no sale sonido alguno de tu boca.
Días enteros sin comer porque el único apetito que tienes, es el de morir.
Y una mañana, sin darte cuenta, ocurre.
Abres los ojos y ya no quedan más lágrimas que derramar, pues ya las has agotado todas. Tu mente está en blanco, sin molestas repeticiones de lo que te ahogaba en dolor sin cesar. El veneno ha sido expulsado y ahora solo quedan heridas por cicatrizar. Aun duele, pero no del mismo modo. Es un paso hacia delante. Tu mente está vacía ahora y el tiempo pasa. Solo espera.
El mundo no se para por nadie. Y tu tendrás que seguir respirando."

Y eso fue exactamente lo que pasó.
Durante el bajón que sentí cuando falleció mi abuela, yo escribí varios poemas y canciones, había hecho dibujos y escrito líneas y líneas de tinta negra en hojas que me parecían demasiado blancas, de manera involuntaria. Intentando plasmar mi dolor, desesperación, angustia y las preguntas que atascaban mis pensamientos en ellos para poder tal vez salir a flote.
Haciendo un repaso por mi blog vi que publiqué alguna de estas cosas inconscientemente.

Solo quería cerrar los ojos y dormir durante todo el día hasta que ese insoportable sentimiento desapareciese. Era algo imposible porque, en cuanto me dormía, mi sueño se cargaba con él y me despertaba bañado en sudor.
No bebía. No fumaba. No hacía nada realmente, porque vi que ni el tabaco ni la bebida me ayudaban a alejarme de la realidad por mucho que lo intentara. Solo me ayudaban a tener dolor de cabeza para que la experiencia fuese peor.
Me dediqué a realizar las acciones que mi cuerpo necesitaba. Comer si tenía hambre y beber si tenía sed, aunque mi apetito normalmente, era nulo.
Solo eso. Nada más.
Solo seguir respirando.
Era la única esperanza a la que podía aferrarme.
Seguir respirando, deseando poder aguantar los dardos envenenados que se clavaban en mi piel; que, tal vez, desaparecerían algún día.

En esos momentos tumbado en la cama y mirando al techo podía ver la tormenta alejándose. Un rastro de nubarrones grises estaban sobre mi, impidiéndome ver el Sol.
Aun así, me animaba el pensar que ya había pasado lo peor. Si la tormenta se estaba alejando, esos nubarrones lo harían más tarde también.
"Tendrás que seguir respirando" me repetía siempre a mi mismo. Un paso después de otro. No permitiría hundirme a mi mismo. No, no podía.

Mi cuerpo era una cáscara vacía de sentimientos. Indiferencia. Pero era mucho mejor que la etapa en la que mi cuerpo estaba lleno de la sangrienta sensación de estar rompiéndome por dentro.

Todo me daba igual. Los nubarrones grises siguieron sobre mi durante semanas pero un día, apareció algo dentro de mi. Curiosidad.

Conocí a un chico llamado Pitt.

domingo, 26 de enero de 2014

Capítulo 5 - Sammy.

Para cuando me devolvieron mi portátil, tenía una gran cantidad de textos que subir a mi blog.
Me pasé una hora entera leyendo a un tal Maximus Evanis. Le dejé varios comentarios y subí los textos que consideré más aceptables.
Entonces, vi un correo electrónico que no había visto hasta aquel momento. Lo miré. Era de un tal Michael. Me comentaba ciertas cosas sobre mi blog y me pedía mi Facebook para hablar más tranquilamente. Dudé antes de dárselo pero finalmente, me decidí. Sólo era otro chico como yo, perdido, que necesitaba compañía. Con un suspiro, me conecté a Facebook y lo agregué.
Estaba conectado y no tardó demasiado en hablarme. Lo típico, que había leído mi blog, que le gustaba mi manera de explicarme…
Era agradable, demasiado, incluso. Yo era la típica chica borde, que te contesta mal, así que tanta amabilidad me provocaba nauseas. Aún así, seguí hablando con él hasta que pareció relajarse y mantuvimos una conversación más informal.
Aproveché para cotillear su perfil. Era rubio, de pelo liso y ojos azules: el típico chico americano. No era feo pero tampoco era nada del otro mundo.
Ante su insistencia estuvimos hablamos alrededor de una hora sobre nuestros gustos literarios y musicales. No tardé demasiado en pensar que era un poco pesado pero parecía majo, por lo que decidí darle una oportunidad.
No tardó demasiado en llegar al tema que más me interesaba ignorar.
Michael: Quiero preguntarte una cosa, si no te parece mal.
Yo: Depende de lo que preguntes, obviamente.
Michael: Todas las cosas que escribes en tu blog… ¿te han pasado realmente?
Debió de notar que tardaba en contestar porque siguió hablando.
Michael: No quiero meterme en tu vida ni nada. Es sólo que… Sentía curiosidad.
Yo: ¿Sobre qué tienes curiosidad? ¿Me estás preguntando si me hago daño a mí misma,  si me  autolesiono?
Michael: Sí, eso te estoy preguntando.
Me sorprendió la franqueza con la que me respondió. Sí, me caía bien ese chico. No había fingido otra cosa, había ido al grano. Aún así, no sabía qué contestarle.
Yo: ¿Crees que mentiría sobre algo así?
Michael: Hmmm… No lo sé. Como tú misma dices, no te conocemos.
“Bien jugado, Michael”. Me gustaba el palo del que iba ese chaval.
Yo: Hay ciertas cosas sobre las que, incluso yo, no mentiría.
Michael: ¿Eso es un sí?
Yo: Sí.
Tardó unos cuántos minutos en responder. Me sorprendí. Lo acababa de admitir. Ante un desconocido. Se lo había dicho a una persona real, de carne y hueso (aunque fuera a través de una pantalla). No me lo podía creer. Llevaba demasiado tiempo ocultándolo. Ahora, ya no tenía amigas pero las había tenido y jamás se me había ocurrido decirles nada, era impensable. Y de repente, llegaba este chico del que no sabía nada y conseguía que se lo dijera abiertamente.
Michael: Debes parar.
Yo: No lo entiendes.
Michael: ¿Cómo sabes eso?
Me había vuelto a cerrar la boca. Sonreí.
Yo: ¿Te puedo hacer una pregunta?
Michael: Por supuesto, es lo que te debo.
Yo: ¿Te autolesionas?
Michael: No.
Yo: No iba tan desencaminada.
Michael: Te lo decía en serio.
Yo: Lo sé.
Michael: Las cicatrices no son bonitas.
Yo: <<Se ríe de las cicatrices quien nunca ha sentido una herida>> 
Michael: Vuelves a hablar sin saber.
Yo: Tienes razón. Pero si hubiera sentido estas heridas, no hablarías de esa forma.
Michael: Era una broma.
Yo: Una broma sin gracia y de mal gusto.
Michael: Lo siento.
Yo: En verdad, ha sido tan superficial que hasta me ha hecho gracia.
Y, conversaciones como esa, ocuparon mi tarde y buena parte de mi noche. Me gustaba hablar con Michael. Sabía mantener una conversación interesante y, también, sabía hacerme pensar buenas respuestas.
Siempre me había gustado la gente como Michael. Parecía de ese tipo de personas con la que establecías una conexión rápidamente, les contabas cosas de tu vida que nunca te habías atrevido a admitir más que en tu cabeza pero nunca perdías un tono jocoso.
Y, con una buena sensación en mi interior, me fui a dormir aquella noche.

Capítulo 5- Evan.

Maximus Evanis: 

"Todo lo que puedo ver es un fino hilo;
mientras mi vida se consume,
lentamente,
como un reloj.
Tic Tac. 

El sonido de un cañón
me abre los ojos,
pero yo no quiero despertar.
Nunca más.
Tic Tac. 

Abro la boca para hablar
pero no hay sonido alguno,
pues no hay nada
que valga la pena contar.
Tic Tac. 

Si algún día quieres
soledad, olvido
oscuridad, vacío,
mira en mi interior.
Tic Tac. 

No es suficiente.
¿Cual es el motivo
de que siga con vida?
Tic Tac. 

La vida es un reloj
pendido de un fino hilo
que amenaza cada momento
con romperse.
Tic Tac.

Y comprendo,
que así es la vida.
Amor, muerte.
Emociones, odio.
Tic Tac.

Las personas que te importan.
Todo.
Todas las cosas
van a romperse.
Tic Tac.

¿Que sentido tiene?
Tic.
Cierro los ojos.
Tac.

Y el reloj se paró.

La muerte es una promesa,
la única real. "





                                                                                                                                  "SOLO, EVAN."

domingo, 19 de enero de 2014

Capítulo 4- Evan.

"A veces pienso en la muerte.
En que se sentirá. En si realmente pasa algo o no. Porque nadie lo sabe. 
Hay miles de historias.Me pregunto si tal como dicta la religión,es cierto que existe un cielo y un infierno. Aunque creo que yo no notaría ninguna diferencia si fuese juzgado, y enviado al infierno.

No creo en Dios, pero hablando de la muerte, tengo miles de preguntas en mi cabeza.

Me pregunto también, si es cierto eso de que al morir te reencarnas en un animal, o en otra persona diferente, viviendo lo mismo una y otra vez. Las mismas personas, pero diferentes cuerpos.
Si esto último es cierto, me hace pensar que yo no soy nada. No significo nada.
Yo solo soy una copia de todas mis vidas anteriores.
Y eso me entristece. No quiero ser controlado. No quiero aceptar que todo lo que me pasa, lo que pienso y lo que digo, ya ha sucedido antes. Porque no me gustaría que nadie viviese mi penosa vida, no se lo merecen, aunque se suponga que esas personas eran "yo".

Aun así, si mi vida ya estuviera marcada por mi alma, viajando a través de cuerpos anteriores, ¿quién habría empezado todo esto?¿quien sería esa persona? Todo sería un bucle, porque se supone que mi alma siempre ha tenido un cuerpo anterior, ¿no?

Puede que me consuele pensar que si muero, la luz se irá de mis ojos, mi corazón dejará de funcionar y yo podré vagar por la acogedora nada con la que sueño a veces.

Tampoco me importaría mucho mi funeral.
Me daría igual si no hay nadie, porque de todas formas no hay ninguna persona en mi vida que pueda llorar por mi.
No sé como voy a morir. Tal vez por causas naturales, por un accidente, o tal vez por suicidio. Pero el día en que mi rostro sin vida sea cubierto por la húmeda tierra, no creo que mi opinión sobre la muerte cambie mucho.
Al fin y al cabo, la muerte no es tan mala; porque sin muerte, no hay vida.
Ese día, recibiré a la muerte, vestida con su larga capa negra y su guadaña; con los brazos abiertos. Porque ninguno de los dos hemos forzado nuestro encuentro. Será como una cálida bienvenida bajo la fría tierra. "

Me extrañó leer esto cuando lo publiqué en mi blog. No solía ser tan abierto sobre mi, pero supongo que lo necesitaba en esos momentos.

Me puse de pie y me miré en el espejo para ver que todo estaba en su sitio. Para recordarme que, yo, estaba en este sitio.

El espejo me devolvió una imagen completa de mi, vestido totalmente de negro. Mi pelo castaño, que tapaba minimamente las ojeras que enmarcaban mis ojos azules (iguales a los de mi madre), entonces estaban algo rojos de llorar y de fumar.

-Ya está, ¿no?- Me dije a mi mismo.

Me dediqué una agria sonrisa, con sarcasmo y me alejé del espejo.
Después bajé por las escaleras y vi a Brad de pie, esperando delante de la entrada.
Él también iba vestido de negro totalmente. Tal y como debía.


-Vámonos niño, no vaya a ser que te vuelvas a poner histérico por no llegar puntual a un funeral. -dijo con la mayor crueldad que pudo.

No podía creer que acabase de decir eso. Ya sabía que a este hombre le daba exactamente igual todo, y que no sabía lo que era el sentimiento del dolor. Aun así, no podía creerlo.

No tenía fuerzas para contestarle, de decirle que no era un niño. No tenía ganas de nada en absoluto, así que simplemente, pasé de él.

Cuando llegamos al lugar, Brad dejó caer unas falsas lágrimas por su cara y dijo unas cuantas palabras vacías y sin sentido, para que todo el mundo viera lo apenado y triste que estaba. 
Seguramente todos se lo creyeron, menos yo.
Parecía que era el único que podía ver como era realmente. 
Un cabrón.

Me alejé y me quedé mirando el sitio donde, tiempo antes, había una persona. Y ahora solo quedaba una cáscara vacía.
Sabiendo que fuera lo que fuese la muerte, le trataría bien.



Aquel día, mi abuela había muerto.

Capítulo 4 - Sammy.

El día después a la que yo había decidido llamar “la gran disputa”, tenía menos ganas de las ya habituales de ir a clase. No podía marcharme de nuevo del instituto y sabía que mis padres me obligarían a ir.
Sentía el cuerpo destrozado y me dolía la cabeza como si hubiera gente martillando dentro.
Me tomé un par de pastillas que esperaba que aplacaran el dolor. Tardarían en hacer efecto, pero eran mejor que nada.
Ni siquiera me despedí de mis padres. Estaba más que  enfadada con ellos. Los odiaba. A través de la ropa, sentía  la nueva cicatriz ardiente. No me hacía falta mirarla para saber que estaba roja y empezaba a cicatrizar.
Algunas veces, me había planteado dejar de cortarme. Pero, al fin y al cabo, nadie quiere dejarse las venas largas, a excepción de algún hippie o heavy.
 Mi día transcurrió monótonamente: ir a clase, aburrirme, odiar a todo el mundo, sentir que mi cabeza era una bomba a punto de explotar, salir de clase, llegar a casa, tragar un par de bocados de unos spaghettis que parecían de goma, irme a mi habitación y pensar.
¿En qué pensaba? No se podía llamar pensar a aquello que yo hacía. Me dedicaba a encerrarme en mí misma, en un lugar oscuro del que no podía salir. Estaba atrapada allí, para siempre. 
No tenía muchas más cosas que hacer sin el ordenador. Era mi único consuelo, además de la música. Me gustaba pensar que en algún lugar del país (o, incluso, del mundo) había alguien que me comprendía. Eso no me hacía sentirme menos sola: la soledad había pasado a formar parte de mí, como podrían serlo mis ideales.
Cuanto te acostumbras, la soledad no es tan horrible. Te puedes acostumbrar a muchas y, eso, lo sabía yo de buena mano.
Tal vez, lo único a lo que una persona no puede acostumbrarse es la muerte.
Si creyera en la reencarnación, quizás pensara de una manera un tanto diferente. Según ese pensamiento, me habría muerto y reencarnado infinitas veces y, al morir, suponía que sentiría algo, un sentimiento de familiaridad.
Pero como nunca me había muerto, no podía afirmarlo.

“Sólo una vez más”, era lo único que repetía en mi mente. (Total, es probable que no haya próxima vez, que me muera antes)
Era una espiral de desesperación. Y, poco a poco, un trozo de metal era lo único que te hacía aliviar el dolor. Un puto trozo de metal que era más fuerte que tú. Que sí, que tú podías darle la importancia que quisieras, que es muy fácil decirlo pero no lo sabes hasta que lo sientes. Un día, simplemente, no puedes más y lo haces. Y te dices a ti misma que no lo volverás a hacer, que está mal. Pero lo repites. Y vuelves a decir que no. Y lo haces. Y, para cuando quieres darte cuenta, no puedes parar y, lo que es peor, tampoco quieres hacerlo. Has perdido el control.
Siempre me pareció irónico que un trozo de metal con el que aliviamos el dolor pudiera quitarnos la vida.


~

Y,¿cuántas veces al día has pensado en suicidarte? Según mis cálculos, unas 86.400 veces. Estos cálculos no eran exactos, porque había llegado a comprobar que podía pensarlo más de una vez por segundo.
Pero nunca lo haces, nunca te atreves. Y sólo consigues odiarte más por tu cobardía.

La mayoría eran cosas que solía sentir a menudo y que no podía guardarme dentro por mucho más tiempo.








Y todo eran cuchillas, sangre y odio.

domingo, 12 de enero de 2014

Capítulo 3- Evan.

Un ligero rayo de sol que se colaba por mi ventana me sacó de mi trance.
Después de caer agotado la noche anterior, entré en un profundo y cálido sueño en el que no había nada a mi alrededor. No estaba Brad, ni mi casa, ni el instituto.
No había alcohol para beber ni nada que fumar, pero me sentía tan bien que no lo necesitaba.
Ahí no había ni felicidad ni dolor.
Era un oscuro cuarto donde poder abandonarte.Sin preocupaciones. Sin problemas.
Un sitio para ser tu. Solo tú. Y nada ni nadie tenia el poder para estar ahí, porque tu querías estar solo.
Solo tú formabas parte de ese extraño lugar. Estaba hecho especialmente para ti, para que estuvieses cómodo. Para que no sintieses nada en absoluto. Para que no estuvieses realmente vivo.
Pero ya no estaba en ese lugar, porque me había despertado.

Sentía los ojos pesados, como si de un día para otro hubiesen empezado a pesar una tonelada.
Tenía la boca seca, pero estaba demasiado cansado como para hacer nada. Solo quería quedarme tumbado en la cama, descansando mis pesados ojos, volviéndome a dormir y soñando con esa nada en la que no estaba ni vivo ni muerto.

No tenía ganas de ir al instituto. No creía que a nadie le importase que fuera, la verdad. Además, últimamente sacaba muy buenas notas y no veía necesario ir para volver a repetir miles de ejercicios sobre cosas que ya sabía.

Alargué un brazo hasta la mesa que estaba cerca de mi cama, y puse uno de mis grupos favoritos a un volumen bajo.
Me arropé bajo las mantas otra vez y le di la espalda a toda mi habitación. Volví a cerrar los ojos, y al hacerlo, pude volver a ver esa oscuridad. No era la misma, pero era parecida. Es la oscuridad que cualquier persona puede ver sin necesidad de estar dormido, cerrando los ojos.

Poco a poco fui entrando otra vez en el mundo de los sueños mientras que en mi cabeza sonaba la letra de la canción que estaba puesta.

"...Can you hear the silence? Can you see the dark? Can you fix the broken? Can you feel my heart?... I'm scared to get close and I hate being alone. I long for that feeling to not feel at all. The higher I get, the lower I'll sink. I can't drow my demons, they know how to swim."

Me desperté más tarde, cuando ya todo el mundo habría salido de clase.
Apagué el reproductor de música y decidí bajar a tomar algo de comer, pero cuando llegué a la cocina sentí que si metía algo en el estómago, acabaría vomitando.

Extrañamente, no tenía ganas de fumar y de beber.
Cuando la casa estaba vacía todo era más fácil. Me encontraba mejor.
No me dolía la cabeza, y mis ojos ya se sentían mejor, pero necesitaba tomar el aire. Me sentía agobiado.

Me puse una camiseta del grupo que había estado escuchando antes, una chaqueta ancha y unos pantalones cualquiera, con mis gastadas convers negras.

Cogí mi movil y los auriculares para escuchar música por el camino, pero no sabía a donde ir.
En mis oídos volvía a sonar una canción de aquel grupo, y me paré a pensar en que no tenía ningún disco suyo. Entonces decidí ir a una tienda de música.

El autobús estaba bastante lleno cuando subí, pero encontré un compartimento de dos asientos libres. Solo iba a ocupar uno, pero no tenía ganas de sentarme con nadie.
Un rato después, me di cuenta de que muchas personas me miraban molestas, aunque yo no había hecho nada.
Me quité un auricular, y entonces lo entendí.

Llevaba el sonido tan alto, intentando evadir el mundo exterior, que se escuchaba incluso llevando mis auriculares:

" ...Who'd know it put me underground at seventeen. (there's nothing to lose) When no one knows your name. (there's nothing to gain) But the days don't seem to change. (there's nothing to lose) My notebook will explain (there's nothing to gain) And I can't fight the pain."

Supongo que lo entiendo.
La música que escucho no es lo que se diga muy "comercial", pero ese día estaba cansado. Demasiado harto. No tenía ganas de aguantar a nadie, y no quise bajar el volumen.

Estuve mirando discos toda la tarde, hasta que me agobié otra vez de estar allí metido.
Cuando salí de la tienda con mi CD nuevo había empezado a llover, así que tuve que meterme en una cafetería que había cerca, donde me tomé un café que llevaba caramelo, y la verdad, estaba muy rico.

Pero no aguantaba más. No podía estar quieto. Necesitaba salir, y huir lejos. Salí de allí y corrí como nunca.
Ya no me importaba la lluvia. Dejaba que las gotas cayesen sobre mi. Calando en mi piel. Resbalando sobre mi cara y tranquilizándome. Purificando mi interior.
Necesitaba llevar a mi cuerpo al límite. Deseando coger más y más velocidad, mientras que mi cabeza exploraba la imposible idea de tener alas, como los pájaros, y poder salir volando cada vez que la cosa se pusiese fea.

Cuando por fin estuve tranquilo, subí a un bus para irme a casa. El conductor me lanzó una mirada de desaprobación, ya que estaba totalmente mojado.

Abrí la puerta de mi casa, con una maravillosa sensación de libertad y ligereza. Entré y entonces supe que no me duraría mucho. Las cosas empezarían a ponerse feas otra vez, y yo no tendría alas para salir volando como un pájaro, tal y como deseé antes. Tendría que apañarme con mis torpes y pesados pies, sin la posibilidad de huir.

Brad había vuelto.

Capítulo 3 - Sammy.

Mis padres hicieron más barullo del aceptable. Suspiré.
Pertenecía al  modelo más estándar de familia americana: padres trabajadores con suerte en la vida, dos hijas. Una de ellas, era todo lo que cabía esperar de unos padres tan respetados en sus respectivos campos laborales. La otra, podría considerarse la oveja descarriada de la familia. No era difícil adivinar quien era yo.
Mi hermana era más alta y delgada que yo, con un pelo envidiable y una sonrisa que derretía corazones. Tenía 25 años, se podría calificar como pija y tenía suerte en todo lo que hacía.
Yo, era el polo opuesto.
Lisa (mi hermana) se había independizado hacía un año y todo le iba genial. Venía a casa dos veces al mes, nos contaba lo maravillosa que era su vida y se volvía a marchar.
Yo… Mi máxima expectativa era salir de esa casa para no volver. Sólo con alejarme estaría mejor (no podía decir que sería feliz. Feliz es una palabra con demasiado significado para usarla a la ligera, igual que amar).
Era la hija díscola, la oveja descarriada, la rara, la extraña, la friki, la trastornada. La que siempre daba disgustos, la que no valía para nada.
Hacía mucho tiempo que esas palabras habían dejarme de dolerme. No era que no me dolieran si no que se habían convertido en un dolor tan profundo y tan familiar que ya formaba parte de mí.
Me gustaría que nadie sintiera eso nunca.
Probablemente, hay cientos de personas que son despreciables,  horribles. Pero no les desearía algo así.
Ese momento en el que te das cuenta del asco que das, de cuánto de odias, es horrible. Todo se desmorona a tu alrededor. Y, con el paso del tiempo, en vez de  reconstruirse, se destruye más. Te vas hundiendo en un pozo cada vez más profundo, de paredes resbaladizas y traicioneras en las que subes un palmo hacia la luz y desciendes tres.
Odiaba mi vida. Sí, sabía perfectamente que había personas que se podrían considerar en una peor situación, pero no le veía sentido a torturarme por alguien a quien no conocía y de quien no sabía nada. Si yo estaba mal, no había más vueltas que darle. Era egoísta pensar de esa manera pero, ¿acaso alguien se preocupaba por mí?
Muchas veces, deseaba morirme. Esta clase de pensamientos que no le podía contar a nadie, me destrozaban.  Llevaban varios años torturándome. 
Me tapé la cabeza con la manta justo cuando mi madre entró como una trompa en mi habitación.
-¡Samantha!-aulló-Sé que estás despierta, no intentes engañarme.
Me destapó.
-¿De verdad hace falta que grites tanto? No estoy sorda. No me encuentro bien. Quiero descansar-argumenté, antes de que pudiera decir nada.
-¡Nos han llamado del instituto mientras estábamos fuera! ¿Te has ido de clase?-siguió gritando, mientras mi padre entraba en la habitación.
Mierda. Esperaba que no se enteraran hasta un par de días después.
-Samantha, queremos que nos digas donde has estado-su tono de voz era calmado pero sus ojos no ocultaban su enfado.
-Ya os lo he dicho, no me encontraba bien.
-¿Y eso es una excusa para irte de clase? Además, no me lo creo. Ya nos estás mintiendo otra vez.
Tuve ganas de levantarme, mandarlos a la mierda e irme para no volver. Una verdadera pena que no pudiera hacerlo.
-ME MAREÉ EN CLASE, ME FUI AL BAÑO. COMO NO ME ENCONTRABA BIEN, ME VINE A CASA. ¿TAN DIFÍCIL ES DE ENTENDER?-les grité.
-¿Y si te hubiera pasado algo?
¿Acaso te habría importado?, pienso.
-Eres una estúpida, ¿tan difícil es llamar por teléfono? Inútil-masculla-No sé qué le hemos hecho a Dios para merecer semejante castigo.
Me contuve para no reírme en su cara.
Nos quedamos en silencio unos minutos.
-¿Tienes algo más que gritarme? Me apetecería dormir-fingí un bostezo.
-Estás castigada-continuó, ignorando mi provocación-Danos el ordenador.
-¿Qué?-exclamé-¡No podéis hacer eso!-yo misma había comprado ese portátil, utilizando mis ahorros.
Mi padre se acercó y recogió el ordenador. Quería gritar de pura rabia. Salieron de mi habitación dando un portazo.
Golpeé la almohada, apretando los dientes. Sin poder evitarlo, las lágrimas empiezan a resbalar de mis ojos, mojando la almohada y la sábana.
¿Por qué era todo tan injusto? Quería irme de casa, volver en un par de horas. Sabía que si lo hacía sería peor, así que me quedé en la cama, llorando durante largo rato.

Después, sabiendo que no lo resistiría un segundo más, cogí la cuchilla. 

domingo, 5 de enero de 2014

Capítulo 2 - Sammy

 Nunca sabría por qué recordaba  que cuando me cansé de estar en la biblioteca y decidí que ya era hora de enfrentarme a mi familia, recordaba a un chico. Nunca había tenido demasiada buena memoria, por eso me sorprendía recordar a aquel chico que me miró cuando me levanté y al que dirigí una mirada burlona. Era alto. Su piel era clara y contrastaba a la perfección con su cabello castaño y sus ojos claros. Tenía unos ojos preciosos, azules, con largas pestañas. Me observaba fijamente y, aunque debería de haberme sentido cohibida, le aguanté la mirada. Noté como examinaba mi ropa de manga larga e, inconscientemente, me froté el brazo a través de la tela. Nunca le había hablado a nadie de los cortes, ni pensaba hacerlo. Lo máximo que era capaz de hacer era contarlo en el blog, a unos desconocidos que no veían mi rostro ni yo veía el suyo. Era mejor que nada, al menos.
En la calle, hacía un calor asfixiante. Suspiré. Me apetecía remangarme pero no quería recibir miradas de pena de la gente que se fijara en las cicatrices y los cortes recientes. Si había algo que odiase, era la compasión. En  el fondo, los comprendía. La sociedad era así.
No estaba demasiado lejos de mi casa. Saqué las llaves y encendí el móvil. No me sorprendió ver que no tenía ninguna llamada ni ningún mensaje. Todavía seguían enfadados conmigo y no había nadie más que se pudiese “preocupar” por mí. Abrí la puerta. Entré en la casa. Me quedé en el umbral, escuchando. Sorprendida ante tanto silencio, entré.
Registré las habitaciones. No había nadie. Suspiré. No me habían dejado ninguna nota a la vista. Entré en mi habitación. Me quité la sudadera. Me sentía como un pollo asado. Me puse una camiseta de manga corta. No me gustaba llevar los brazos al aire aunque estuviera sola pero esa vez hice una excepción.
Fui a la cocina y cogí algo para comer y un zumo frío de la nevera. Volví a mi habitación y me tiré en la cama.
No tenía ganas de hacer nada, sólo de dormir. A menudo, tenía que obligarme a mí misma a hacer cosas, hasta los actos más simples habían llegado a suponer un increíble esfuerzo para mí. Suspiré. Encendí mi ordenador para poner música, no demasiado alta. Luego, me tumbé en la cama y empecé a dibujar. Al principio, sólo hice unos garabatos sin sentido pero terminé por dibujar un ángel. Era un ángel de expresión abatida. Sus alas estaban rotas y caían, lánguidas, a la espalda. En la mano, sostenía un cristal afilado y, de sus muñecas, goteaba una sangre que eliminaba toda la pureza e inocencia que el blanco reflejaba.
Guardé el dibujo en el interior de la libreta y, sin pretenderlo, me quedé dormida.
Cuando desperté, era de noche. ¿Había dormido toda la tarde? Sí, eso parecía. Suspiré. Me puse una chaqueta y me peiné. No creía que estuviera sola a esas alturas.
Pero, otra vez, volvería a sorprenderme. Seguía completamente sola. Decidí darme una ducha, cenar temprano y volver a encerrarme en la habitación.
Me duché y me vestí, invirtiendo una cantidad exagerada de tiempo en todo. También cené. Seguía sola.
Era demasiado temprano para que alguien creyese que estaba dormida (padecía insomnio, por lo que nunca me quedaba dormida hasta altas horas de la madrugada) pero no me importó demasiado. Me metí en la habitación y dejé la puerta arrimada.
Horas después, escuché como la puerta principal se abría, dando paso a mis progenitores. 

Capítulo 2 - Evan.

Después de estar en la biblioteca un buen rato, se hizo de noche y fui a ver a Paul para comprarle esos gramos que habíamos acordado antes.
Nuestra conversación consistió en un simple "Hola, ¿que tal?" y cuanto dinero le debía. Aun así, fue la única conversación que he tenido esta semana, sin contar los insultos que intercambiamos Brad y yo.
Cuando volvía a casa, y mientras esperaba en la estación, que estaba vacía completamente, me acerqué a una máquina a comprar una botella de agua.
Cuando me volví a dar la vuelta un hombre estaba a pocos centímetros de mi.

-Dame la maria que llevas en esa bolsa. -me dijo en un susurro mientras me amenazaba con una navaja.

-No. -respondí secamente.

Y cuando esto pasó, el hombre se abalanzó encima de mi y me hizo una herida a lo largo del brazo con su navaja.
Inmediatamente empecé a pegarle. Primero fui a por sus ojos. Después a puñetazos, uno después de otro, a cada cual más fuerte, liberando la rabia que llevaba dentro. Entonces fue cuando escuché un crujido y vi que le había roto la nariz, y que estaba sangrando.
Le inmovilicé y le quité la navaja.
Cuando vi que el hombre no tenía fuerzas para más, dejé de pegarle.

-Vete de aquí ahora mismo. -dije mientras le apuntaba con su navaja.

El hombre echó a correr rápidamente y yo tiré la navaja a la basura.
No me gustaba ser violento, pero en estos casos, no quedaba más remedio si no querías acabar en el hospital, y normalmente, no tenía muchos problemas en las peleas.

Entonces empecé a sentir el dolor en mi brazo. Estaba manchando todo de sangre, ya que aquel hombre me había hecho un buen tajo.

-Cabrón. -dije para mi.
 Me quité la sudadera y la enrollé en mi brazo para que hiciese presión.

Cuando llegué a casa, por suerte, Brad no estaba. No podría aguantar que se burlase otra vez de mi en esas condiciones. En donde estuviese él en esos momentos, no me importaba.
Me lavé la herida y la cubrí.
Después me fumé un cigarrillo y me metí en la cama. Con suerte podría descansar suficiente para el día siguiente.

El sol salió por la mañana y la herida seguía palpitando bajo mis vendas. Pensé entonces en que la herida ocupaba una parte de mi muñeca y ahora parecería que había empezado a cortarme, lo que le daba a Brad una nueva razón para meterse conmigo, por muy improbable que yo hubiese seguido ese camino. Y él lo sabía.
Aunque eso me importaba ya poco.

Brad seguía sin aparecer por casa cuando me levanté. Supuse que se habría ido de viaje por el trabajo, cosa que hacía a veces.

La mañana pasó sin novedades.
Algunas personas se paraban a observar mi herida, entonces subían la cabeza y me miraban a mi, y les susurraban algo al compañero que tenían al lado mientras seguían a criticarme por razones que ni ellos mismos conocían. Porque desde luego, a mi no me conocían, y eso me ponía de los nervios.
"La gente se dedica a sacar conclusiones, a criticar, a catalogar a los demás basándose en lo que ven en ellos. Lo único que pueden saber de ti es como te muestras al exterior. ¿Y si fuese mentira? Tal vez eres diferente a lo que guardas en tu interior. Levantando barreras. Protegiéndote. Pero eso da igual. Nadie se molesta en mirar más allá de lo que sus ojos pueden ver."
Eso es lo que me rondaba siempre por la mente. Eso es lo que hacían conmigo. Nadie sabía nada sobre mi. Solo lo que ellos podían ver. Lo único que sabían era mi nombre. "Solo Evan." ¿En eso consistía todo? A veces me decía a mi mismo que no eran solo ellos. Algo malo debía de haber en mi. Pero no encontraba nada que quisiese cambiar.
Empezaba a estar harto.

Después de clase volví a casa, donde estaba muy bien yo solo. Pasé la tarde fumando y bebiendo de las botellas medio vacías que quedaban.
Por la noche subí a mi habitación y empecé a escribir en mi blog.

"Empiezas siendo un niño. Tienes un perro que se llama Toby, al que quieres mucho, y él siempre juega contigo, y tu sonríes.
Un día tus padres te compran un pez y lo pones en tu habitación, en su bonita pecera redonda.
Un día vas al parque y te montas en un viejo columpio, hecho con una rueda gastada y una cuerda, pero es el mejor columpio del mundo entero.
Otro día una niña te dice que le gustas y que quiere que os caséis cuando seais mayores.
Llega tu cumpleaños y en tu tarta hay seis velas, y las soplas, y te aplauden. Y tu sonríes porque está riquísima.
Un día tu perro Toby se pone muy malito, y se muere. Es entonces cuando se cae tu primer diente.
Tiempo después tu padre tira tu pez al retrete, porque no logró aguantar más, y entonces fue cuando se cayó tu segundo diente.
Meses después ya no tienes el columpio que te parecía el mejor del mundo, porque ha sido reemplazado por uno más moderno. Y la niña que te dijo que le gustabas ahora tiene otro novio. Y el día de tu cumpleaños no soplas tus velas, porque no hay una tarta en donde ponerlas.
Y te das cuenta de que se te han caído todos tus dientes.
Y te das cuenta de lo rápido que ha pasado todo."

No me encontraba muy bien. Tal vez nadie lo entendiera. Tal vez solo yo lo comprendía, pero ese era mi blog, así que debería de darme igual, aunque me gustaría que lo hicieran.

Me fumé un cigarrillo y me puse a ver una película que ponían en la tele, que me pareció una mierda. Entonces me enfadé, y apagué la televisión, porque no me estaba ayudando para nada.

Volví a mi habitación y entré otra vez en mi blog, donde abrí una nueva ventana para escribir.
Y me quedé un rato mirando el fondo blanco. No había puesta ni una sola letra. Me decidí en ese momento a poner lo único que tenía en la cabeza.

"A veces pienso que estoy solo, y bebo.
A veces pienso que estoy perdido, y fumo.
A veces pienso que te necesito, y cierro los ojos."

Y después de publicarla no podía creer que no pudiese parar de pensar en mi madre. Siempre en lo mismo.
Entonces cerré mis ojos. Y todo estaba oscuro.