domingo, 9 de febrero de 2014

Capítulo 7- Evan.

Era un día normal. Con mi ropa de siempre.
La gente de siempre.
El instituto de siempre.
La sensación de siempre.

Aún estaba algo deprimido, pero ese día me apetecía salir a tomar algo, a beber, o a fumar. No lo hacía con la frecuencia de antes. Lo había dejado bastante de lado.

Le compré maria a Paul en el callejón de siempre.
Paul hizo un esfuerzo por parecer minimamente interesado en mi diciéndome que "desde hace un tiempo las ventas han bajado muchísmo, tío."

Me fui a un pub de los de siempre, en el que escuché la música basura de siempre.
Estaba sentado en la barra, saboreando mi segunda cerveza, cuando el chico llamado Pitt llegó y se puso a mi lado, pidiéndole al de la barra otra ronda más.

Yo seguí a lo mío, disfrutando del entumecimiento que sentía, con la vista perdida en un cenicero que estaba demasiado lleno de colillas.
Me di cuenta de que Pitt estaba mirando mi camiseta.

-Mola tu camiseta, tío. ¿Donde la has conseguido?

Pitt debía de estar ya algo borracho, porque parecía que necesitaba su tiempo para organizar las palabras.

-En una tienda que se llama The Strange, no muy lejos de aquí.- dije, aunque tampoco quise dar muchas explicaciones porque sabía que al día siguiente no se acordaría de nada.

-Mira, esto, eh...

-Evan.

-Evan! Mira, Evan. Te voy a dar mi número y mañana hablamos sobre ese flipe de camiseta, tío. -dijo, poniendo mucho énfasis en ese "tío".- Además, ahora te invito yo a esta ceveza. Vamos, ven allí con unos colegas.

-Da igual, de todas formas me voy en un rato, no hace falta...

Pero Pitt ya no me escuchaba, y empezó a cantar a gritos la canción que estaba sonando. Me agarró por el brazo y me llevó hasta donde estaban sus amigos, derramando por el camino buena parte de la ronda que había pedido antes para ellos.

Allí pude ver a Pitt mejor. Era el típico rubio con el físico que les encanta a las chicas.

Empezó a presentarme al resto, y según iba diciendo sus nombres, a mi se me iban olvidando; aunque supuse que podría reconocer sus caras si tuviese que volver a verlos otro día (cosa que dudaba mucho).

Todos gritaron y brindaron, causando bastante alboroto.

Pitt empezó a explicarme que hoy habían salido todos, ya que uno de ellos había cortado con su novia (a la que al parecer, nadie soportaba) y decidieron ir a pasarlo bien.
Miré a mi alrededor y vi que algunos ya lo estaban pasando muy bien, metiéndoles la lengua a otras chicas que habían encontrado.

También descubrí, entre otras cosas, que Pitt tenía 19 años, trabajaba como fotógrafo para una revista sobre moda alternativa (vintage, gótica y parecidos). Trabajaba junto con una chica llamada Evelyn que, a parte de ser su amiga, podría decirse que era su lío, aunque no estaban saliendo oficialmente. Llevaban así durante casi un año y, según Pitt, es algo que le cunde mucho porque no hay ningún tipo de ataduras con las que no pueda divertirse. Aun así, dice que tal vez dentro de unos años, cuando quisiese asentar las cosas, Evelyn podría ser su chica perfecta.
Me enteré también de que Pitt vivía él sólo, en un piso. Amaba los perros, y habló bastante del suyo cuando la conversación empezó a deteriorarse y a comenzar a ser una estupidez de borrachos, que siguió durante un largo rato.

En un momento de la noche, en el que ya no tenía una mente muy lúcida para recordar con detalles lo que ocurría a mi alrededor, se unió a nuestra conversación uno de sus amigos, llamado Jeff.

Jeff me pareció genial desde el primer momento. Sabía que seguramente al día siguiente solo recordaría su nombre y el de Pitt.

Jeff era lo contrario que Pitt. Tenía el pelo negro y unos ojos que me parecieron de caramelo. No hablaba tanto como Pitt, sino que era más reservado, pero vi que tenía cosas en común con él y que era muy agradable. No me acuerdo sobre muchos detalles más sobre Jeff, porque mi cabeza ya estaba dando vueltas. El único dato que recordé fue que tenía 18 años y que Pitt y él eran amigos desde, más o menos, los diez.
Pensé que, en otra vida, tal  vez ellos hubiesen querido ser mis amigos. Me encantaría que lo fuesen. Pitt y Jeff. Incluso hubiesen podido ser mis mejores amigos. Hubiese podido pasar. Si yo no fuese yo. ¿Para qué engañarme? Estos chicos no se acordarían de mi al día siguiente. Tal vez, ni yo me acordase de ellos.

Hubo más gente, e incluso varias chicas a las que me presentaron, pero todos tenían la misma cara para mi. Las risas de las personas estallaban en mis oídos. Me desorientaban.
Yo empezaba a entumecerme. A dormirme. En mi cabeza saltó un interruptor y mi mente se apagó. Fue como si cerrase los ojos y no existiese nada más.

 "Tengo que irme a casa" me decía a mi mismo, cada minuto. Ya no sabía ni la hora que era. Intenté irme a casa. Lo intenté. Pero las personas a mi alrededor rogaban que me quedase con ellas. Que no me preocupase. Que disfrutase de la noche. Y yo ya no estaba para pensar más, así que me dejé ir.

Me olvidé de todo. Lo hice. Bueno, realmente, en vez de olvidar, lo que hice fue no recordar.
Solo de vez en cuando aparecía un pensamiento fugaz de la necesidad de irme a casa, pero desaparecía casi tan rápido como el alcohol de nuestras copas.
Lo último que mi desordenada cabeza pudo procesar fue un vago deseo.
"Sería genial tener amigos."

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