domingo, 2 de febrero de 2014

Capítulo 6 - Sammy.

Esa sensación de bienestar, de que no todo era tan horrible, se mantuvo unos cuántos días. Me gustaba hablar con Michael. Además, mostraba interés por las cosas que yo le contaba y, eso, era algo que no sucedía demasiado a menudo. Podíamos pasarnos horas al día hablando, sobre clases, exámenes, músicas, libros, películas… También debatíamos mucho. Sobre la vida, la muerte, el dolor, el placer, la tristeza, la felicidad… La clase de temas sobre los que alguien de nuestra edad hablaría.
Casi me olvidé por completo de las otras cosas que solía hacer aparte de hablar con Michael. Dejé de escribir en el blog tan a menudo como antes y apenas me conectaba ya. Dejé de leer y comentar en los blogs y sólo una persona se mostró preocupada.
Hola, Samantha. No sé por qué te estoy mandando esto pero me gusta tu blog y no sé cómo estás y sólo espero que estés. Me gustaría que volvieras a escribir aquí. Por favor.
No le contesté porque Michael acababa de hablarme.
Unos diez días después Michael dijo que quería conocerme. Sonreí, pero lo negué. No quería llegar a tanto con él.
Me parecía buen chico y era simpático e interesante pero no quería implicarlo tanto. Tampoco sabía hasta qué punto quería implicarse él. Siempre me había fastidiado no saber qué pensaban los demás. Nunca me creía lo que me decían (si era bueno, claro, no sabía por qué, pero lo malo se me quedaba grabado a fuego).
En aquel momento, Michael dejó el tema pero, dos días después, volvió a pedirme que nos viéramos. Tenía mis recelos pero, tras mucho insistir, acepté a quedar con él aquel mismo viernes en un parque poco transitado de las afueras.
Esa semana fue exageradamente para mí. Estaba nerviosa aunque no sabría determinar por qué.
El viernes pensé en saltarme las clases pero decidí no hacerlo, no quería volver a meterme en problemas.
A última hora tenía Literatura, clase que siempre se alargaba después de que tocara la sirena, por lo que llegué a mi casa con el tiempo justo para comer, cambiarme y volver a salir. Ya había avisado a mis padres de que había quedado aquella tarde, para evitar que me pusieran impedimentos a la hora de salir pero no les había dicho la verdad  sobre con quien iba a quedar. Estaba segura de que me lo prohibirían rotundamente.
Salí de casa un poco desorientada. Aunque sabía donde habíamos quedado ya que había ido varias veces, no era un lugar que acostumbrara frecuentar, por lo que tenía miedo de extraviarme y llegar tarde. Finalmente, llegué sin problemas.
Me senté en un banco y esperé. No me quité los cascos, Michael todavía no había llegado y no sabía cuánto podría tardar. Yo siempre era muy puntual (tal vez demasiado) y estaba acostumbrada a tener que esperar a todo el mundo cuando quedaba con ellos. El tiempo se me pasó muy rápido y cuando me di cuenta ya habían pasado más de veinte minutos desde que habíamos quedado. ¡Maldito Michael, sería impuntual! Me conecté a Facebook pero no estaba.
Los minutos seguían pasando y Michael no aparecía por ningún lado. Me levanté y di una vuelta por el parque, que estaba bastante desierto. Suspiré. Me había dado plantón, seguro que en esos momentos estaba en su casa riéndose de mí y de lo estúpida que era. Aún así, no me fui. Esperé más de dos horas, mirando Facebook intermitentemente.
Finalmente, admití que Michael no iba a venir ni se iba a conectar y, sintiéndome bastante idiota, me marché.
No paraba de pensar en que otra vez se habían burlado de mí. En los últimos meses de mi vida,  me había convertido en una roca humana. Estaba allí pero era como si realmente no lo hiciera. No aportaba nada. Nada me importaba. No dejaba que mis sentimientos salieran a la luz.
Aunque, había una cosa con la que no había contado: las rocas también se rompen.
Algo tan ínfimo como una gota de agua si cae durante mucho tiempo, la rompe. Primero es una brecha, después, una grieta. Por último, te rompes en mil pedazos diferentes.

Y, sin pretenderlo, noté como las cálidas lágrimas resbalaban por mis mejillas. 

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